domingo, 6 de octubre de 2013

Detalles mágicos

El viernes, para comer, fui con una amiga española de "picnic" al mirador del faro, al lado del palais du pharo. Mágica comida. Volveré. Porque, aunque el viento que había era rebelde y hacía que no pudiera ver con claridad el paisaje porque en todo momento mis ojos estaban tapados por mi cabello inquieto, a pesar de eso, me encantó la sensación de sentir ese viento en mi rostro y en mi piel, que a veces se erizaba como cuando alguien me dice Te quiero. Y adoro esa sensación.



El sábado me levanté tempranito para hacer cosas de la casa, y por la tarde, me fui a hacer deporte para liberar mi mente de alguna ligera presión causada por esta aniquiladora distancia. Así que, fui a correr a la playa de Marsella. Jamás he corrido por un sitio tan precioso, tan magnífico. Y es que no es sólo la playa, sino el mar, todo entero, la tranquilidad que transmiten las olas y las gaviotas que vuelan sin un rumbo seguro. Y esa puesta de sol magnífica, ese paseo marítimo increíble, a los pies del mar, con unos acantilados que dan mucho vértigo, pero que te hacen sentir grande porque tienes el mar a tus pies, el mundo a tus pies. Al menos, así me sentí yo.





Después de hacer deporte, cuando aún estaba por allí, decidí caminar y caminar sin mirar el reloj, y, entonces, vi un rinconcito especial que me llamó (o me gritó): eran unas rocas más o menos altas en las que chocaban las olas del mar, en las que rompían todas las preocupaciones de aquel que las escuchase. Y allí, me senté durante un rato a escuchar el mar, las notas de piano de la banda sonora de mis días, y, sobre todo, a escucharme a mí misma.


Cuando estaba adentrada en mis pensamientos -en mi inevitable nostalgia al sentir esa brisa marítima-, vi en el mar a una persona (no supe reconocer si era hombre o mujer) que lo estaba cruzando nadando. En ese momento, sentí unas irremediables ansias de acompañarle en ese tramo, en ese viaje, y de dejarme llevar por el fluir de las olas, que, a su vez, se dejaban llevar por el viento indomable de aquella tarde.
Intenté hacerle una foto, aunque lo único que capté fue un pequeño revoloteo del mar:



Hoy, domingo, he ido a la foire, que es una feria de Marsella. Pero no es de esas ferias típicas españolas, con atracciones y chiringuitos. Esta feria era un tipo de feria cultural, con muchos stands informativos, stands para comprar todo tipo de cosas, de muchas culturas, y restaurantes también multiculturales (también había españoles, con paella). Yo, ya que este año me voy a empapar de esta cultura, me he decidido por la francesa, y me he tomado un crêpe riquísimo.
En la foire, he visto un sitio para comprar pianos. Nunca había visto uno de estos pianos, de cola y blanco. Así que, al verlo y al quedarme completamente evadida del mundo, he pasado allí un rato simplemente mirando esa magnífica obra de arte. La suerte que he tenido es que ha llegado una mujer de a pie, y ha comenzado a tocarlo bellamente. Aunque no era una mujer muy segura de sí misma, porque se ha puesto tan nerviosa, que apenas podía estar más de diez segundos sin equivocarse de tecla, y, por supuesto, sin poder evitar que sus manos temblasen.


Cuando he pasado por un stand en el que vendían telas, el chico que estaba allí, me ha visto, y me ha preguntado mi nombre. Se lo he dicho, y me lo ha bordado en un papel de forma totalmente altruista. Ha quedado precioso, y me ha hecho mucha ilusión. Además, ha puesto mi nombre en francés, lo cual le da mucho más encanto...



Al salir de la foire, me he quedado en el parque que hay al lado, le parc chanot, un parque muy bonito que se caracteriza, como muchos otros parques, por estar transitado por familias de hijos que corren y ríen libremente entre los arbustos y columpios. Me he sentado allí, en un banco, al lado de una mujer mayor, y he comenzado a leer el segundo capítulo del libro que empecé ayer: "Dios vuelve en una harley", escuchando de fondo esas carcajadas tiernas e inocentes de los niños felices.



Al volver a casa, el metro estaba completamente lleno, pero a mí no me importaba. Me gusta mirar las caras de las gentes con las que me cruzo e imaginarme cómo son sus vidas. Y lo mejor es que estaba mirando a una mujer cuyo rostro decía que había sido feliz en algún momento de su vida pero que en este momento ya no lo era. Y nos hemos cruzado la mirada, y, de repente, me ha sonreído, y me he sentido tan bien, que le he devuelto la sonrisa. La suya era una sonrisa cansada, agotada, y rodeada de gente pero en el fondo sintiéndose sola; la mía, sin embargo, era una sonrisa para decirle que volviese a confiar en la vida, porque todavía... queda gente buena.

Y, para despedirme, os invito a un té, porque ahora mismo me estoy tomando uno, y estoy segura de que sabría mucho mejor a vuestro lado.

PD: Hoy he aprendido que pendant que significa "mientras". Porque mientras intentamos sobrevivir, se nos olvidan los detalles más insignificantes y más importantes, que son los que realmente nos hacen vivir


¡¡¡BESOS Y SONRISAS PARA TODOS!!!

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